[:es]En Illapel, Choapa, 84 productores ya superaron las 500 toneladas exportadas al año de nueces con la empresa Agronuez, con certificación de comercio justo. Partieron en 2007 con solo 70 toneladas vendidas en el exterior. En Antofagasta, un grupo de mujeres está desarrollando hortalizas hidropónicas, mientras que en Ancud, Chiloé, 18 productores elaboran y venden pasta de ajo chilote a través de Punta Chilén -Punta de Gaviotas- y entre sus logros figura que sus productos se convirtieron en estrellas de la Expo Milán.

¿Qué tienen en común estos emprendimientos?

Todos eligieron el modelo cooperativo, para unir en una empresa bien gestionada a distintos productores que trabajando por su cuenta poco podrían conseguir. Son solo algunos ejemplos en el sector agrícola, donde además existen las grandes como Capel, que reúne a cerca de mil productores de uva pisquera, o Colun, que en el sector lechero se ha convertido en actor principal de la industria.

A la luz de las últimas cifras, se puede apreciar el dinamismo que vuelve a adquirir el cooperativismo, sistema que tuvo años de auge en los años 60 y 70. Sin embargo, por estos días se multiplican las iniciativas de asociación en el sector agropecuario, principalmente porque se concluye que es una fórmula para avanzar en la cadena, agregar valor y mejorar la rentabilidad, sobre todo para que los más pequeños -que representan casi el 90% de los agricultores del país- puedan incorporarse también a la cadena comercial e incluso exportadora.

De hecho, según datos disponibles a la fecha, el sector agrícola lidera la estadística en cuanto a cantidad de cooperativas, aunque en número de socios es superado por las del sector de ahorro y crédito. La creación de cooperativas aumentó considerablemente entre 2010 y 2017, especialmente entre 2016 y 2017, fenómeno que en parte es atribuido a cambios en la legislación que facilitaron la constitución de estas organizaciones, plantea el estudio «Cooperativas: evidencia e historia», de Andrés Berg y Benjamín Coloma, investigadores de la Fundación Idea País. Eso sí, esas positivas cifras se ven magras cuando se comparan con Holanda, España, Francia o Nueva Zelandia, donde es la fórmula para el desarrollo de rubros completos.

En el país, este resurgimiento, al menos en el sector agrícola, podría pisar fuerte el acelerador en los próximos años si la prioridad que le está dando la actual administración -la asociatividad es uno de los tres pilares fijados por el Ministerio de Agricultura, junto con agua y mejoramiento de la calidad de vida del sector rural- cumplen con las expectativas. De hecho, se espera que en unas tres semanas se conozca el plan para fomentar el cooperativismo en el agro. La apuesta es al cooperativismo moderno; es decir, donde el foco esté puesto en la gestión eficiente y sea visto una alternativa de negocio.

Hay mucho campo por avanzar para hacer que el aporte de las cooperativas sea mayor. Actualmente existen 925 cooperativas activas y vigentes, pero representan menos del 0,1% del total de empresas en Chile, plantean Berg y Coloma.

Pobre presencia

Las cifras globales muestran que esta fórmula funciona en el mundo, pero tiene una presencia menor en Chile (ver gráfico).

Así, más del 15% del PIB mundial es producido por cooperativas, y en Europa se llega al 20%.

En Nueva Zelandia, que es el referente en lo agrícola, las cooperativas representan el 15% del PIB, mientras que en Chile solo llegan al 1,5%.

En Francia, el 50% de los agricultores pertenece a una cooperativa, y en Estados Unidos, el 26%. En Italia, el 14% de las empresas son cooperativas, y en Holanda tienen una participación de mercado de 70%.

Cooperativismo moderno

Desde el momento en que el Presidente Sebastián Piñera lo designó como ministro de Agricultura, Antonio Walker anunció que uno de los focos de su gestión sería incentivar lo que llama el cooperativismo moderno o del siglo XXI.
«Hay un cooperativismo que viene de los países del este de Europa, que estaba más bien basado en la solidaridad. La gran diferencia con lo que estamos planteando es que este es un modelo de negocios para salir a competir al mundo. Este concepto viene de Inglaterra, viene de David Cameron. Es el que están aplicando Holanda, Italia, Francia y España, entre otros países», explica Walker.

Dice que es la alternativa para que el productor más pequeño pueda competir de manera más pareja con los grandes, especialmente considerando que de los cerca de 300 mil agricultores existentes, unos 285 mil tienen menos de 12 hectáreas.

“Dada esta realidad tan atomizada, decimos que para competir hay que ir en equipo. ¿Cómo hacemos grande al más pequeño?, asociándonos. ¿Cómo bajamos costos?, ¿cómo mejoramos el precio?, ¿cómo aprendemos del conocimiento del otro?, ¿cómo accedemos a mejor tecnología? Entonces, este partido se gana en equipo», recalca Walker.

En el Minagri trabajan en un programa para impulsar el cooperativismo moderno. Para ello se analizan casos exitosos como el de la lechera Fonterra en Nueva Zelandia y Rabobank de Holanda, con cuyos expertos se están asesorando; y Melinda,de Italia, que tiene siete mil productores con una superficie promedio de tres hectáreas, que cuentan con tecnología robotizada en packing , acceso a material genético y departamento comercial. También incluyen cooperativas nacionales, como Capel, Colun, El Natre, Cals, Copeumo, y la asesoría de economistas como Ignacio Briones, decano de Economía de la Universidad Adolfo Ibáñez, y Rafael Bergoeing, presidente de la Comisión Nacional de Productividad.

La idea es entregarlo en noviembre.

«Los incentivos tenemos que ir viéndolos. Por de pronto, hoy hay un incentivo tributario súper importante. Y esta discusión de si pagan impuestos o no, creemos que no es fundamental. Sí creemos que tenemos que desarrollar incentivos para asociatividad, y el cooperativismo como una forma más, porque con ella somos más competitivos», plantea el ministro Walker.

Varios son, eso sí, los desafíos por concretar, dicen desde distintos ámbitos.

Apoyo real

Ricardo Ríos adoptó el modelo neozelandés de lechería, de producción estacional de alto rendimiento, formó una empresa que fue creciendo con el tiempo y se convirtió en la sociedad Chilterra.

El nuevo proyecto que tiene Ríos entre ceja y ceja hoy es desarrollar una cooperativa y elaborar productos.
«Chile tiene que pasar a una segunda etapa y eso solo va a ocurrir mediante la asociatividad, metiendo más actores en los distintos rubros para que compitan, porque eso trae innovación y progreso para todos», enfatiza.

Ríos comenta que pese a su potencial, la industria lechera chilena se está achicando y que la atomización le juega en contra (ver gráfico).

«Cada día importamos más, y los productores competimos contra productos hechos por cooperativas. En la práctica, estamos compitiendo en forma desagrupada con gente que está agrupada», dice. Destaca que el resto de los lecheros no puede hacer uso, salvo los de Colun, de las ventajas del mercado interno, porque la leche es más cara que para exportación.

«Ese mayor precio permitiría que los agricultores inviertan para aumentar su competitividad, pero eso hay que hacerlo en forma grupal», agrega.

Con el modelo claro a seguir, pide acciones para que la promoción de las cooperativas se concrete.

«Hay espacio para todos, para las empresas y para las cooperativas, que son necesarias para que realmente haya mayor competencia y aumente la innovación. Los agricultores sin un apoyo real del Estado -con recursos, dice- y sus instituciones, esto nunca va a partir. El Estado está bien encaminado. El beneficio tributario per se no le ayuda a una cooperativa a partir, le ayuda a mantenerse en el tiempo», subraya.

Mientras, sigue trabajando para levantar recursos y construir una planta de última generación.

Primero los ingresos

Los especialistas consideran que no se pueden separar las dos dimensiones que tienen las empresas, especialmente las cooperativas.

«La dimensión económica y la dimensión social son dos caras de la misma moneda. No se puede separar una de la otra, pero lo que sí es efectivo es que si la cooperativa no se logra administrar de forma profesional y eficiente, la propia orientación social no es posible que se pueda desarrollar adecuadamente», opina Mario Radrigán, director del Centro Internacional de Economía Social y Cooperativa de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad de Santiago de Chile.

Por eso el énfasis dado al concepto de cooperativismo moderno, que apunta a reforzar la idea de que si se quiere generar riqueza y que esta se distribuya, primero hay que generar los ingresos, de lo contrario no hay nada que distribuir.

La dimensión social la define como la capacidad del modelo empresarial cooperativo de ser inclusivo, y de ser capaz de distribuir de manera equitativa entre sus socios lo que la propia empresa es capaz de generar, y que esto no se vea apropiado por un segmento de los participantes.

«Cuando uno mira las cooperativas exitosas en Chile y el mundo, uno de los criterios para identificar si efectivamente han sido exitosas es si han sabido equilibrar y combinar muy adecuadamente lo económico y lo social», asegura Radrigán.

Mejor base de datos

«El sector cooperativo efectivamente necesita apoyo político, porque con los incentivos que provee el mercado o el modelo económico por el que hemos transitado en los últimos 30 a 40 años, queda un poco de lado», plantea Andrés Berg, investigador de la Fundación Idea País, quien añade que el Estado funciona como un actor relevante para mediar y coordinar las demandas de asociación.

Además del actual incentivo tributario que tienen las cooperativas, a su parecer se pueden generar herramientas de incentivo económico, como subsidios, focalizadas en este tipo de organizaciones.

«La gracia de enfocarse en estructuras cooperativas es que uno no está subsidiando un mercado en particular, sino que formas de organización, y está demostrado que por un lado son más productivas y tienen un efecto positivo en la productividad. La Comisión de Productividad que el Gobierno está tratando de impulsar, si es coherente, debiese impulsar el cooperativismo», plantea, junto con destacar los aportes que genera en las comunidades locales.
Berg enfatiza que previo a cualquier medida se debe partir por aclarar la situación actual del cooperativismo y mejorar la base de datos, ya que no permite una adecuada conceptualización del sector, elementos clave para elaborar diagnósticos y proponer políticas públicas.

«El problema es que la base de datos es autorreportada y, a mi juicio, nadie sabe cuántas cooperativas hay en Chile, por ejemplo; no hay ningún cruce con el Servicio de Impuestos Internos para ver cuántas están funcionando», advierte.

Tampoco está claro el nacimiento y la muerte de estas empresas, porque lo que muestra la base de datos del Ministerio de Economía es la creación de cooperativas.

Echa de menos una adecuada conceptualización de lo que es una cooperativa, ya que se mezclan distintos tipos con el rubro económico. Por ejemplo, una cooperativa de consumo puede ser de consumo agrícola o de consumo de retail.

Camino para la leche y la carne

«La asociatividad en la leche es clave. En el segmento de la leche en polvo, el suero y los quesos, nuestro llamado es ‘asociémonos para producir y exportar’, porque para eso hay que tener volumen. Creo que hay un horizonte para la leche», afirma el ministro Antonio Walker.

También ve posibilidades en el sector de la carne. «Tenemos el mismo desafío, exportar. Estamos desarrollando el Sinap, un sistema de certificación de nuestros campos, para ir a negociarlo a la Unión Europea y al Asia. Eso facilitará la exportación, ya que garantizará que son animales criados a pastoreo, sin hormonas y con trazabilidad», señala.

Fuente: Revista del Campo – El Mercurio
Periodista: Arnaldo Guerra Martínez[:]